jueves, 6 de septiembre de 2012

En el centenario de John Cage

Ayer, mientras oía en un programa de Radio Clásica dedicado al centenario del nacimiento de John Cage las recomendaciones de este de escuchar el ruido para encontrar la belleza y la información que borbotean en su aparente desorden, me pareció empezar a oír el sonido de un helicóptero. Al principio lo atribuí al esmero con que se preparan esos programas, siempre delicados en sus mezclas y efectos, pero al moverme por la habitación me di cuenta de que la fuente del sonido también parecía desplazarse. Abrí con firmeza la ventana como quien abre un armario esperando (con la seguridad de) encontrar ahí al amante del cónyuge y, efectivamente, me di cuenta de que el helicóptero estaba sobrevolando el centro de Madrid, y no era una grabación primorosamente programada en Prado del Rey para celebrar al músico. "¡¿Pero qué stockhausenada es esta?!", me dije. Y añadí "¡¿Y qué pinta aquí Jung cerrando este extraño triángulo de sincronicidad?!" ¡Mira tú quién estaba en el armario!

jueves, 12 de enero de 2012

Recental, querido Watson

Hace un par de noches di con el momento en que un tembloroso e incrédulo Dr. Watson accede al punto ciego del hasta entonces inatacable Sherlock Holmes. Nada más lejos de nuestra intención insinuar que el noble galeno siente nada parecido al despecho cada vez que su amigo detective le hace recordar su pesadez mental mediante una de sus deslumbrantes deducciones. Pero en el diálogo que aparece en la siguiente fotografía se puede percibir el brillo del vértigo y el alivio en los ojos de Watson:



Resulta que Holmes entra en Baker Street con una especie de cerbatana bajo el brazo. ¡Pero bueno!, se sorprende Watson, tal y como es su obligación, y con su pregunta retórica no hace sino invitar a su amigo a que se luzca explicando las razones de su aparente extravagancia. El colmo de lo estrambótico, o sea, el colmo de lo inglés: atravesar Londres con una cerbatana. Pero hete aquí que el siempre penetrante Sherlock, la mente más preclara a ambos lados del Canal de la Mancha, contesta (o va y suelta):

- Vengo de la carnecería.

¿Cómo?

Watson cree sentir que el suelo se abre bajo sus pies; seguramente busca un punto de apoyo y alarga la mano hasta la mesa vecina. Oír a Sherlock Holmes decir que viene de la carnecería debe de ser como que una ninfa de Burne-Jones nos amenace con darnos una órdiga. Watson, encontrándose de pronto arrojado del sendero, en pleno desierto sin mapas, ensaya una respuesta que más que ganar tiempo lo que trata es de reconducir a Holmes a su buen sentido habitual.

-¿De la carnicería? (Frase cuya función no es denotar sorpresa por el inusual hecho de que un caballero victoriano vaya a hacer la compra él mismo, sino tratar de corregir el error simulando que no se ha percibido.)

Pero, a pesar de que se lo han señalado con firmeza y delicadeza, Holmes no parece darse cuenta de su error, lo que es más preocupante. En lugar de decir:

-Ah, eso, de la carnicería. ¿En qué estaría yo pensando?

sigue hablando como si nada, como si fuera lo más normal del mundo esa preguntita retórica en medio de una narración condensada y siempre al servicio del dramatismo del suspense, no del costumbrismo que ha asomado en esta historieta de Sherlock por mor del desliz de su prota.

Por fin hay algo en que Watson despunta sobre Holmes, aunque sea algo tan simple como saber que se dice carnicería, y no carnecería. Pero precisamente ignorar eso ¿no es rarísimo? Pero el noble doctor no hace burla de su amigo ni se aprovecha de su única debilidad. Es que la amistad decimonónica era algo.


Por otro lado, me gustaría tener a mano la versión original del cuento (La aventura del "negro" Peter; The Adventure of Black Peter) para comprobar si Conan Doyle utilizó dos palabras diferentes para referirse al establecimiento donde se vende carne, en cuyo caso quizá estuviera justificado que el traductor (o el cajista) de la "edición que manejo" -volumen II de las Obras Completas de Sherlock Holmes, en la edición de 1953 de Aguilar- utilizase también dos palabras en español. Lo dudo, la verdad, entre otras cosas porque no viene a cuento introducir un elemento de despiste tal en unos cuentos que se caracterizan por centrarse en el avance y desenlace del misterio. También puede ser que el traductor o el cajista funcionase á la manière de esos niños que en los dictados en el colegio escribían la misma palabra a veces con V y a veces con B, para asegurarse de acertar por lo menos el 50 % de las veces.


O de fallar por lo menos el 50 % de las veces.

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En todo caso, es un verdadero misterio, porque si de todos modos los dos personajes decían carnicería, correctamente, y la palabra no resaltaba por nada, ¿a qué viene alargar tanto la conversación, a qué viene que Watson le haga repetir las cosas, a qué viene ese costumbrismo de la amistad viril?