sábado, 14 de octubre de 2017




Tenía que pasar muchas noches, pero no noches, tiempos intermedios entre dos momentos cualesquiera, ir adelante con el día a la espera del deslumbramiento y pasar el tiempo que me llevase a eso, al fogonazo, preparándome para comprender la revelación, una forma ingrávida como suspendida entre yo y lo que fuera de fuera, lo que fuese pero externo, algo sin forma fija pero más contundente que cualquier cosa decible o que cualquier cosa útil, haciendo como si estuviese allí, pero la mayor parte de las veces anticipando lo que habría de venir, lo que habría de venir según yo, la mayor parte de las veces sin darme cuenta de que en esa anticipación había más de yo que de lo que habría de venir, de que todo lo que yo llamaba lo que habría de venir era sobre todo yo, y dándome cuenta ahora de que yo no podía ni puedo ser otra cosa más que lo que habría de venir, lo que ha de venir, luego en el fondo no andaba tan desencaminada, en el fondo no estoy tan lejos, cada vez que ando desencaminada, de lo que quiero alcanzar o cercar, ¿quiero cercarlo o más bien, más noblemente, acercarme a ello? ¿Más noblemente?

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