sábado, 19 de febrero de 2011

También recojo como la tía a punto de pasarse de moda el remanente de falda que a la vez que le dificulta bajar las escaleras le facilita por mona la justificación para estar en el mundo la descripción que hace Edmund Wilson de una fiesta en casa de los Fitzgerald que he leído hoy. Esta fiesta que contaba era de cuando ya había ido a quinientas fiestas y no le hacían tanta gracia, y les ve las pegas, pero no sólo las pegas sino también la característica propia, que en el caso de los Fitzgerald era que a fiesta cumplida, lío montado. Grosa elipsoide que describe cosas que todos vosotros conocéis de memoria para llegar a malestar de Scott que para compensar dos borderías de su mujer decide, a las cuatro de la mañana, hacerles una simpática broma a unos amigos suyos alojados en su casa. La broma consiste en que Francis Scott Fitzgerald se cuela en la habitación de sus invitados disfrazado de fantasma, con una sábana, pero como va fumando y los dormidos se asustan algo se prende y ya me he cansado.

3 comentarios:

  1. Estas dos últimas entradas en plan retro riviereño (BONJOUR TRISTESSE et tel et quel) me llevan a asociarlas en mi mente alborotada de chico yeyé al recentísimo visionado (anoche mismo, por una tv local) de FUR, la semblanza de Diane Arbus que encarnó Nicole Kidman, toda colorística y cromática (como de anuncio en couché de principios de los 60), muy surrealista pop (low brow, creo que se llama el estilo, con ecos de Lewis Carroll y de Dorothea Tanning y de Edward Gorey -o sea, de divinos raros-), por esa mezcla tan lynchiana/burtoniana de lo retro y lo freak (en el sentido más literal del término). Lo mismo no tiene nada que ver con tu estado anímico cuando colgaste estas entradas pero como yo enseguida le busco la sincronicidad jungiana a todo, pues eso.

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  2. Hola.
    Esto me recuerda a una fiesta en la que usted y yo nos colamos una noche de paseo por Lavapiés, e iba yo fumando resinas y los dos festivos y alegres de la mutua compañía y fuimos a toparnos justamente allí a la encargada de decidir si podía yo, o no, entrevistar al flamante Premio Cervantes de aquel lejano año. Y esa persona tan responsable decidió que no, claro, después de preguntarme qué hacía allí y responderle muy sincero que nada en especial, que pasábamos por la calle y vimos tumulto en el balcón y que pues eso, que subimos a ver qué tal; y que muy bien, por cierto. Y usted llevaba una boina roja que a mí me parecía muy parisina y nada de moda, porque, como sabe, usted confiere siempre a su indumentaria un aire atemporal.
    Saludos.

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  3. Querido Limbo Piedra, me acuerdo muy bien de aquella fiesta y de cómo nos colamos en ella: en mi recuerdo concentra toda la excitación de la época, en la que trabajaban la sospecha de que se podía hacer todo, y la certeza de que todo nos lo haría pasar muy bien, y de que a partir de entonces el mundo estaría lleno de balcones por los que se vería alguna fiesta en la que había que colarse.

    Saludos.

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