
Durante el delirium tremens, el borracho falto de alcohol ve amenazantes bichos que lo rodean. Del mismo modo que el hecho de que uno sea paranoico no significa que no lo persigan, que uno vea bichos cuando no ha bebido no significa que los bichos no estén ahí. Para ocultar lo que eventualmente haya caído dentro, y que sólo lo descubras una vez hayas dado el irreversible trago, la cerveza belga Delirium tremens va dentro de una botella opaca. Y en la etiqueta aparecen unos animales cocidos. Por ahí desfilan unos elefantes:
y también unos cocodrilos, que al contrario que nosotros en este caso van a dos patas.
Es que en eso consiste beber a la belga:
Pero no todo va a ser beber a este lado del Mosela, hombre:
Nos ha encantado.
Los hombres y las costumbres varían según el país, pero el paradójico vino consigue ser universalista y desprendido incluso cuando no es generoso. Otorga su don enternecedor y sentimentalizante a todo el que alce la cabeza para dar un trago. Tiene el efecto de hacernos llorar lágrimas purificantes, y no debe uno mostrarse descreído o suspicaz consigo mismo si, cuando ha bebido, se echa sin remedio a llorar al recordar aparentemente sin razón algunos versos de Dylan Thomas o de Léon Bloy. No seamos desconfiados. Que uno esté borracho no significa que el motivo del llanto no lo merezca: los versos son buenos, la vida es terrible y esas no son lágrimas de cocodrilo. Esas son lágrimas del Jabalón.