martes, 20 de mayo de 2008

LA RANÇON

L'homme a, pour payer sa rançon,
Deux champs au tuf profond et riche,
Qu'il faut qu'il remue et défriche
Avec le fer de la raison;

Pour obtenir la moindre rose,
Pour extorquer quelques épis,
Des pleurs salés de son front gris
Sans cesse il faut qu'il les arrose.

L'un est l'Art, et l'autre l'Amour.
— Pour rendre le juge propice,
Lorsque de la stricte justice
Paraîtra le terrible jour,

Il faudra lui montrer des granges
Pleines de moissons, et des fleurs
Dont les formes et les couleurs
Gagnent le suffrage des Anges.

(Baudelaire)


¿Por qué hay que decir la verdad? Es conveniente, cuando nos pregunten, dar respuestas que no sean falsas. Olvidáos de guardaros las espaldas. La precaución es la medida más temeraria que puede uno tomar. Pero la verdad ¿cómo es posible decirla? Yo , que he vivido 30 años en Occidente, he dicho la verdad algunas veces, muy pocas, quizá en un coche oyendo las Variaciones Goldberg, y al oírla saliendo de mi boca no vi lenguas de fuego ni puertas abiertas por un abracadabra, ni el aspecto del mundo se distinguió de como había sido siempre. Y no sólo por su aparente falta de efecto en el mundo, también es la falta de oportunidades la que hace que en la larga vida humana, en la que da tiempo a aprender tantas cosas y a establecer tantas conexiones entre ellas, cada persona a su particular manera, no se den tantas veces los casos de decirla. Mucha gente nunca dirá la verdad, porque para mucha gente no se manifiesta. Quizá una forma de alcanzar la verdad es dedicarse a negarla. Capas y capas de negación adheridas unas a otras acaban generando un diamantino o nacarado centro de verdad. ¿Y cuándo se dice? Los momentos se parecen todos. El día banal y el día crucial son muy similares. ¿Cómo estar seguros del mensaje que nos ofrecen las señales que vemos?

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