El mundo era ya una intrincadísima cadena de enlaces antes de que apareciera internet para ofrecer una imagen más comprensible, o quizá sólo más subrayada, del entramado.
Por eso el estupor y la maravilla que nos embargan al toparnos con algo que nos afectaba crucialmente pero que ignorábamos, y el fogonazo del hallazgo que nos permite ver por un segundo los hilos casi siempre invisibles entre las cosas, son iguales tanto frente a la pantalla de un ordenador como en la barra de un bar en el que hemos entrado despreocupadamente y del que hemos salido medio descompuestos por la revelación, casual o no, que se nos ha propinado.
Y de propina, una canción que me encanta.
martes, 10 de junio de 2008
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