lunes, 21 de julio de 2008

Cortesía de barrio

Cuando tenía veinte años o veintidós encontré, durante un paseo con una amiga, un contenedor con libros y revistas que habían pertenecido a un médico medio famoso, recién muerto. Me quedé alguno de los libros, porque me interesaban y porque me daba pena dejarlos ahí, pues había visto al muerto en un par de ocasiones y me caía muy bien. Había otros buitres revoloteando sobre el botín, asomados al contenedor. Un hombre dijo que en el fondo del contenedor había un klimt. ¿Cómo dice! Al final reconoció que se trataba de un póster, y no hubo que vaciar el contenedor entero para encontrar una reproducción sucia e irse a casa decepcionados.
No sé de qué manera, aparte de los libros de Bergamín y de Edgar Neville con que me hice yo, me tuve que hacer cargo también de un álbum y unas cajitas de diapositivas que creo sólo miré una vez. Eran fotos de tumores, asquerosas, pero las he ido conservando en mis mudanzas porque me daba no sé qué deshacerme de ellas, tan verosímilmente enfermizas.
Esta tarde las he tirado a la basura, porque estaba haciendo orden y a estas alturas de la superstición yo ya no sé cuál es un buen augurio y cuál uno malo. Luego me he ido a hacer la compra. Es la primera semana de octubre y ha empezado lloviendo. Vuelvo con un par de bolsas y a la puerta del bar donde suelo desayunar está un camarero al que le he pedido que me guarde varias cajas para meter libros o cosas, porque si me he decidido a tirar las diapositivas tétricas es porque tengo intención de mudarme de casa en cuanto pueda. Me dice que me ha guardado las cajas y yo le digo que las recojo en ese momento y me las subo, aunque ya no me vienen tan bien porque en el trabajo que acabo de empezar me han dicho esta mañana cuánto me van a pagar, y es menos de lo que yo creía, y a lo mejor no me llega para irme de casa.
Una vez he llegado a mi portal me he acercado a la puerta lo suficiente para sujetar las cajas en vilo con la cadera, contra la puerta. Como había llovido el suelo estaba mojado. No quería que se mojara el cartón. Pero las bolsas las he dejado en el suelo y así podía buscar con escasa comodidad pero cierta esperanza las llaves en el bolso.
Entonces se detiene a mi lado un mendigo que venía por la izquierda arrastrando un carrito. Perdone, me dice, y abre con curiosidad la tapa del cubo de la basura y nada más meter la mano supongo que se lleva una sorpresa porque nota unos contornos de su interés. Me espanta la idea de que las fotos de unos enfermos de los años sesenta acaben bajo la lluvia desperdigadas, porque sé por experiencia que de ese álbum acaba uno por deshacerse tarde o temprano, y yo al menos no llevo la casa a cuestas. Debo actuar. Eso lo he tirado yo, le advierto, y no se lo recomiendo. Es un álbum de fotos de un médico. Es una siniestrez.
Ah, en ese caso
…, me dice, y cierra la tapa del cubo y sigue por mi derecha, y yo ya entro en casa porque ya he encontrado las llaves, que estaban en el bolsillo del pantalón y no en el bolso. Tenemos que ayudarnos unos a otros.

5 comentarios:

  1. Veintitrés o veinticuatro, más bien.

    ResponderEliminar
  2. Yo lo que creo es que el mendigo es tu ángel de la buena suerte, el mismo que ha conseguido que tires esas diapositivas demoníacas
    Me encanta el dibujo

    ResponderEliminar
  3. ... y el cameo por el post de los chicos del Hylogui

    ResponderEliminar
  4. Me consuela pensar, que aunque la literatura acabe en inmundos cubos de basura, nos queda la esperanza de unas manos que la rescaten y devuelvan a la vida.
    También a mi me gusta mucho tu dibujo.

    ResponderEliminar
  5. Bueno, más o menos esa edad.

    Gracias por lo del dibujo.

    ResponderEliminar

Comente.